
Eduardo Jorge Gil Michelena
Resumen:
Esperando la carroza (1985), dirigida por Alejandro Doria, es una comedia grotesca porteña que retrata un día caótico en una familia de clase media baja argentina. La trama se centra en Mamá Cora, una anciana cuya supuesta muerte desata malentendidos, peleas y revelaciones entre sus hijos y parientes. Los enredos exponen hipocresías, rivalidades y miserias familiares, mientras el humor ácido y la sátira social reflejan la Argentina de los ’80, marcada por la crisis económica y la recuperación democrática. Basada en la obra teatral de Jacobo Langsner, la película, con un elenco estelar liderado por Antonio Gasalla (Mamá Cora) y China Zorrilla, combina diálogos memorables, situaciones absurdas y crítica social mordaz. Estrenada con bajas expectativas, se convirtió en un éxito inmediato y un clásico de culto, con frases icónicas como “¡Tres empanadas!” y “Yo hago puchero, ella hace puchero” que perduran en la cultura popular.
Reseña:
Esperando la carroza se estrenó en 1985, en una Argentina que apenas recuperaba la democracia tras la dictadura (1976-1983). El contexto, con el juicio a las juntas militares, una economía asfixiada por la deuda externa, alta inflación y salarios insuficientes, generaba un clima de alivio democrático pero también malestar económico que se hacía sentir en los sectores de una sociedad que se había librado de una dictadora pero no de las consecuencias de ella, las cuales perdurarían por años.
En este escenario, la película, producida con un presupuesto mínimo y expectativas modestas, buscaba apenas sobrevivir en taquilla. El guion, adaptado por Alejandro Doria y Jacobo Langsner de una obra teatral de este último (estrenada en 1962 en Uruguay), había tenido puestas teatrales y una versión televisiva con poco éxito, enfrentando críticas que la tildaban de vulgar y de irrespetuosa.
Sin embargo, el estreno cinematográfico del 6 de mayo de 1985 fue un éxito rotundo, convirtiéndose en un fenómeno cultural y una obra de culto, con escenas y frases que se volvieron icónicas y perduran como memes.
Esperando la carroza es un exponente magistral del grotesco porteño, un género que combina comedia, tragedia, sátira y crítica social para retratar las contradicciones de la vida cotidiana.
La película, dirigida con precisión por Doria, transforma la obra teatral de Jacobo Langsner en una experiencia cinematográfica que captura el espíritu de la Argentina de los ’80, pero con una universalidad que la hace atemporal. Su éxito radica en tres pilares: un guion brillante, un elenco excepcional liderado por Antonio Gasalla y China Zorrilla, y un armado de situaciones que equilibran el absurdo con la humanidad.

Celebrando 40 años de Esperando la Carroza: un homenaje a la comedia icónica del cine argentino
El guion es una obra maestra del grotesco porteño, con diálogos que destilan humor ácido, ironía y una crítica afilada a la sociedad. Frases como “Yo hago puchero, ella hace puchero; yo hago ravioles, ella hace ravioles” (China Zorrilla, como Elvira) o “¡Tres empanadas!” (Luis Brandoni, como Antonio) no solo provocan risas, sino que encapsulan las rivalidades mezquinas, la lucha por el estatus y la precariedad económica de la época. Langsner, con su experiencia teatral, construye diálogos que suenan espontáneos pero están cuidadosamente diseñados para reflejar las tensiones familiares y sociales.
La transposición cinematográfica incorpora guiños a la Argentina de los ’80, como referencias a la inflación y las dificultades para llegar a fin de mes, lo que permitió al público identificarse con los personajes. El grotesco se manifiesta en la exageración de los conflictos —rencillas por herencias, envidias entre cuñadas, desprecio por los mayores— que, aunque caricaturescos, revelan verdades incómodas sobre la hipocresía y el egoísmo.
Las situaciones narrativas son un torbellino de enredos que mantienen al espectador atrapado. La premisa —la confusión sobre la muerte de Mamá Cora— desencadena una serie de eventos absurdos que exponen las fracturas familiares: la rivalidad entre Elvira (China Zorrilla) y Nora (Betiana Blum), el resentimiento de Antonio (Luis Brandoni) por cargar con la madre, y las tensiones de clase entre los que aspiran a ascender socialmente y los que se hunden en la pobreza. Doria utiliza la casa familiar como un escenario claustrofóbico donde chocan personalidades y secretos, mientras el calor del verano porteño y los sonidos de la radio refuerzan el contexto. El ritmo, heredado de la estructura teatral, es ágil, con escenas que alternan caos cómico y momentos de ternura, como los destellos de humanidad de Mamá Cora.
El grotesco porteño brilla en la mezcla de lo trágico y lo risible: la supuesta muerte de una anciana se convierte en una comedia de malentendidos, pero también en una crítica a la desvalorización de los mayores y la superficialidad de los lazos familiares.

Antonio Gasalla interpretando a Mamá Cora
El elenco es el alma de la película, con Antonio Gasalla y China Zorrilla como figuras centrales. Gasalla, como Mamá Cora, entrega una interpretación icónica que define el tono de la obra. Su Mamá Cora es a la vez frágil y astuta, una anciana que parece desorientada pero que, con pequeños gestos y miradas, revela una comprensión profunda de su entorno. Gasalla, conocido por su genialidad en el transformismo y la comedia, imbuye al personaje con una humanidad que trasciende la caricatura, haciendo que el público empatice con esta madre ignorada por sus hijos. Su presencia, aunque no siempre en pantalla, es el eje alrededor del cual giran los enredos, y su actuación es clave para el impacto emocional de la película. China Zorrilla, como Elvira, es igualmente inolvidable. Su interpretación de una cuñada resentida, obsesionada con superar a Nora, es una clase magistral de comedia física y verbal. Zorrilla aporta una energía desbordante, con una dicción y un timing perfectos que hacen que cada línea sea memorable. Juntos, Gasalla y Zorrilla crean un contraste perfecto: la anciana silenciosa pero poderosa frente a la cuñada histriónica y egocéntrica.
El resto del reparto completa un mosaico de personajes que enriquecen el grotesco. Luis Brandoni, como Antonio, ofrece una actuación visceral, encarnando al hijo frustrado que soporta el peso de la familia. Betiana Blum, como Nora, equilibra arrogancia y vulnerabilidad, mientras que Mónica Villa, como Susana, aporta un humor más físico. Juan Manuel Tenuta, Andrea Tenuta y Julio De Grazia añaden capas a esta familia disfuncional, cada uno con matices que hacen creíbles sus defectos y virtudes. La química entre los actores es excepcional, y Doria logra que cada interpretación potencie el guion, evitando que la exageración del grotesco caiga en el ridículo.
La crítica social, inherente al grotesco porteño, es otro de los grandes logros de la película. A través del humor, Esperando la carroza expone las fracturas de una sociedad en crisis: la lucha de clases, el machismo, la hipocresía religiosa y el abandono de los ancianos. El contraste entre la fachada de respetabilidad de Nora y la crudeza de Elvira refleja las tensiones entre quienes aspiran a la clase media alta y quienes se aferran a su identidad popular. La película no juzga a sus personajes, sino que los presenta con sus contradicciones, dejando que el espectador reflexione. Esta sutileza, combinada con una estética sencilla pero efectiva —la fotografía en color de Juan Carlos Lenardi captura la cotidianidad de los barrios porteños—, hace que la película sea accesible y profundamente humana.
Técnicamente, Esperando la carroza es modesta pero efectiva. La banda sonora, discreta, subraya los momentos de tensión y comedia sin opacar a los actores. La edición mantiene un ritmo vertiginoso, especialmente en las escenas de mayor caos, mientras que la dirección de arte recrea con precisión el ambiente de una familia de clase media baja, desde los electrodomésticos gastados hasta los detalles de la comida. El uso del espacio, con la casa como epicentro del conflicto, refuerza la sensación de encierro y conflicto.
El éxito de la película, que se mantuvo en cartel durante semanas y fue aclamada por crítica y público, radica en su capacidad para conectar con el público a través del humor y la identificación. Sus frases y escenas se han convertido en parte del imaginario colectivo argentino, desde programas de TV hasta memes en redes sociales. Esperando la carroza no solo es un clásico del cine argentino, sino un testimonio de cómo el arte puede transformar la adversidad en algo universal y eterno.