Serie creada por Ramón Campos, y a juzgar por lo que dicen los amigues critiques, la menos vista de la cadena Antena 3, y el fracaso más grande de Bambú Producciones.
¿Quién te dice y quién te ve? Más allá de toda crítica, que siempre será subjetiva, siento una especie de tristeza al notar que, en definitiva, todo se resume a unos simples dígitos. El share de esta serie fue tan bajo que casi la sacan del aire antes de que finalice, pero por suerte no lo hicieron. Y digo por suerte porque una cosa es que no haya sido taquillera y generado las “ganancias” esperadas, y otra muy distinta es lo que esa historia pueda causarles a las personas que sí eligieron verla y que les pareció fresca y auténtica (¡como a mí!). Según la prestigiosa web IMBd, la historia se ganó unos 7.3 puntos; un buen puntaje; aunque sin popularidad.
Inevitable mirar una serie y sentirla según el momento personal que atravesamos. 45 revoluciones es una historia de amor con la música como marco, allá por la década del ’60, momento en el cual España sucumbía ante el Franquismo. Época de revoluciones culturales, de rebeldía popular, del furor del rock. También época de peinados altos, rodetes, polleras hasta la cintura y mucho color. Además, época en la que las mujeres estaban subyugadas a la figura masculina (¡Cómo cambió todo desde entonces!).
Esta serie de 13 capítulos de 50 minutos que empieza y termina, con un elenco que empatiza de maravilla, es un retrato fresco y divertido de aquellos años, y en ella actúan Carlos Cuevas (Robert), el rubio carismático que dejó su huella imborrable en la serie Merli; Guiomar Puerta (Maribel Campoy), Iván Marcos (Guillermo Rojas) e Israel Elejalde (Pedro Zabala). Los cuatro trabajan para una discográfica (la Golden Records) que quiere sostenerse con los viejos hits y los clásicos artistas, pero que no pasa por alto el hecho de que el pop puede cambiar la historia de la música (y de la Golden, claro). Y será de la mano de Robert, quien se convertirá en la estrella del momento, a pesar de que lograrlo implique una cadena sucesiva de conflictos graves, de esos a los cuales es difícil encontrarle la vuelta.
El sonido, el vestuario, las locaciones, el maquillaje, la música y los objetos en escena, nos sitúan inmediatamente en una época muy particular que el montaje tan perfectamente armado deja que hable por sí misma. El guión es entretenido, liviano y con sus toques de gracia. El español se entiende perfectamente, cuestión que muchas veces no sucede con otras series, en las cuales debemos recurrir al subtitulado para seguir el hilo de las conversaciones.
Los actores están muy bien, cada uno en su papel, pero también en su interacción. Maribel es secretaria de Golden Records y con una preparación poco común para una mujer de esa época; Robert es un joven de pura rebeldía cuyo sueño es cantar y tocar la guitarra ante una multitud, como las que solían reunirse en torno a Las Matinales del Price; y Guillermo es un ex ejecutivo de la discográfica que sueña con abrir su propio sello para lanzar a los jóvenes que están haciendo la música más nueva del momento. A los tres se los ve espontáneos, nada sobreactuados, y hasta me atrevo a decir que, por momentos, pareciera que rompen con la estructura del guión para jugar a su manera. Sus historias se unen desde el primer capítulo y todo transcurre rápidamente entre rock, cigarrillos, risas y problemas. Pero, la historia que el director nos quiso contar, termina resumida en unos pocos números y cifras carentes de sensibilidad. Y qué decir, si a esta cuestión del bendito rating, le sumamos la innegable tendencia (que viene creciendo paulatinamente) a preferir series efectistas, violentas, con muertes, robos y asesinatos, culos y sexo desenfrenado en lugar de historias comunes que no necesitan tanto desparramo, ruido y griterío para mostrarnos algo interesante.
La popularidad nunca fue ni será índice de calidad. Y no quiero dar ejemplos porque además de ser subjetivos, serían un poco agresivos (tal vez). ¡Cuántas personas se llenan los bolsillos de plata con productos que son decadentes o copiados! Si se ponen a pensar, estoy convencida de que les sobrarán ejemplos. No quiero dar nombres, pero se me escapa alguien que empieza con “Su” y termina con “Ar”.
Recomiendo que la vean en Netflix y saquen sus propias conclusiones. No todo tiene que pasar por la locura y la agresividad, que después nos andamos quejando de vivir en una sociedad violenta. Si consumimos violencia cada vez que tenemos dos segundos, ¿qué ideas pretendemos emerjan en nuestras vidas? Dejemos de tildar de “aburrido” a lo profundo, y empecemos a cuestionarnos qué nos pasa que necesitamos tanta sangre y morbo para disfrutar.